El universo es una perversa inmensidad hecha de ausencia.
Uno no esta en casi ninguna parte.
Sin embargo en medio de infinitas desolaciones,
hay una buena noticia: el amor.
Los hombres sensibles de Flores tomaban ese rumbo cuando querian explicar el cosmos.
Y hasta los refutadores de leyendas tuvieron que admitir, casi sin reservas, que el amor existe.
Eso si, nadie febe confundir el amor con la dicha. Al contrario: A veces se piensa que amor y pena son una misma cosa. Especialmente en el barrio del Angel Gris, que es tambien el barrio del
desencuentro. Las historias amorosas de los tiempos dorados son casi siempre tristes.
Esto no basta para afirmar que todos los romanes fueron desdichados, sucede, tal vez,
que el arte necesita nostalgia.
No se puede ser artista si no se ha perdido algo.
Los poemas de amor satisfecho aparecen como una compadrada de mercaderes afortunados.
Por eso los poetas de Flores buscaban el desengaño, porque pensaban que cerca de el andaba el
verso perfecto.
Casi todos quedaban en la mitad de camino.
Admitía que la pena de amor conducía al Arte, pero también sostenía que el propósito final del arte, es el amor. La recompensa del artista es ser amado.
Asi parecía opinar Ives Castagnino, el músico palermo, quién componía valses meláncolicos
al solo efecto de seducir señoritas.
Cuando no lo lograba, su tristeza le dictaba otras canciones, que más tarde le servían para deslumbrar señoritas nuevas y así recomenzar el círculo.
Algunos muchachos sin vocación artística trababan de merecer a las damas, cultivando ciencias, la bondad, el coraje, o la riqueza.
Los autores de aforismos extrajeron de estas realidades una conclusión modesta: si no fuera por el amor, nadie haría gran cosa.
El polígrafo de Flores, en un rapto de arbitrariedad, llegó a establecer un órden de cualidades, según su eficacia para enamorar:
Colocó en primer lugar la belleza y luego la juventud, aclarando que estas dos virtudes son tal vez una sola.
Después ubicó las condiciones espirituales: inteligencia y bondad.
En último término, el poder y el dinero.
Muchedumbres de feos de cierta edad polemizaron con Mandeb reclamando el derecho de ser amados por su limpieza, trayectoria comercial o apellido ilustre.
Pero para Mandeb, el amor era una flor exótica cuyo hallazgo ocurría muy pocas veces.
De cada mil personas que pasen por esa puerta. Decía, acaso nos conmueva solamente una.
Del mismo modo, quizas solo una tenga a bien impresionarse con nosotros.
la cuenta es sencilla: sin contar percepciones engañosas y desilusiones posteriores,
la posibilidad de un amor correspondido es de una en un millón.
No esta tan mal, después de todo.